viernes, 24 de marzo de 2017

Reconstruyendo.



RAICES.

Se da el caso de que soy español.

¿Español de dónde? Porque no basta con ser español, se tiene que ser de algún sitio. Bien de España o de otro país.

Soy de Huelva.

¿De qué pueblo?

De la capital.

Pero no basta con ser de una ciudad o de un pueblo. Será de una calle o de una plaza.

Cuando yo nací se nacía en casa, no en un hospital. Y mi casa estaba en la calle Velarde, en el número 5 frente al Paseo Piojito. O sea que la acera de enfrente a la de mi casa no pertenecía a la calle Velarde, sino al Paseo Piojito

¡Y ahora viene el problema! Porque la casa donde nací ¡ya no existe! La derribaron y construyeron otra totalmente distinta. Y del Paseo Piojito ¡no queda nada!

Y eso me causa un problema ontológico. Porque sigo siendo español, andaluz y onubense. Pero el sitio preciso donde se hundían mis raíces ¡Ya no existe! Es como cuando se cae una maceta al suelo, se rompe el tiesto, se esparce la tierra y quedan las raíces al descubierto. Con un poco de suerte la colocan en otro tiesto con otra tierra, o con la misma algo mermada.

No vamos a hacer una tragedia de esto, pero me desconcierta un poco.

Mi amigo Manolo Sancha me ha mandado una foto colectiva en la que estamos retratados los estudiantes de 2º del instituto La Rábida. 


Aparezco allí , a la derecha, como un fideíto de 11 o 12 años. Ahora tengo casi 77 y no mucha más chicha. Pero ¿qué ha sido de ese niño? Y de todos los demás niños. Trágicamente algunos ya han fallecido. Esto no me desconcierta un poco ¡Me desconcierta mucho!

Ya no existen ninguno de esos niños como tales. Han derivado en ancianos ¡Pero eso sí que no me desconcierta nada! Me encantaría encontrarme con muchos de ellos. Y ahora voy a tener una ocasión de oro, porque el día 5 de abril se inaugura una exposición mía en la Diputación de Huelva ¡A la que estáis cordialmente invitados! Y con ese motivo nos podríamos encontrar algunos.

Y, de paso, les ruego a quienes tropiecen con este post y reconozcan en esa foto infantil a conocidos seniles que les transmitan la invitación.


Al Paseo Piojito lo doy por perdido, pero a mis amigos del alma ¡no!


martes, 15 de noviembre de 2016

El ignoto pretérito.

MI ARBUSTO GENEALÓGICO.

Mis recuerdos infantiles salen hoy del Paseo Piojito para ir a las calles Paz y Puerto donde estaban las casas de mis abuelos paternos y maternos, respectivamente.

Y es que, como os contaré, se me ha puesto a tiro un tema, el de los árboles genealógicos, que parece patrimonio exclusivo de nobles e hidalgos, pero no debiera ser así. El tema tendría que democratizarse un poco y caer en la cuenta de que todo el mundo tiene genealogía. Y antepasados que realizarían hazañas. Claro que estas sería insignificantes, como las propias que nunca son muy allá. Por lo que recurriré a mi propio árbol genealógico como ejemplo y referente más cercano a examinar No voy a tirarme el moco con eso, como siempre de lo que se trata es de echar el rato. Se podría decir, con toda propiedad que lo mío es un arbusto genealógico.

No voy a ocupar de las ramas que están al alcance de la mano, tíos, primos y sobrinos, sino que voy a ir escalando a partir de mis abuelos. De mis cuatro abuelos hacia atrás tengo pocas noticias.

De mi abuelo paterno, Tomás, por él me pusieron mi nombre, sé poco. Era marinero y recuerdo que en una percha cerca de la puerta de entrada de su casa colgaban dos gorras de plato, no militares sino civiles, igualitas a las que se ven que lleva Lenin en las fotos. (Es que debieron ser contemporáneos). Lo que conocí anciano y disminuido por un ictus, se decía una congestión. Tan solo sé que era huérfano y que a él y a sus hermanos los recogieron unos tíos y eso les salvo, y a mí supongo.

De la estirpe de esos tíos conocí a unos pocos descendientes. Por esa rama y en el plano de mis bisabuelos no tengo noticia alguna. Algunas leves noticias de un hermano de mi abuelo Tomás, el tío Teté que un día le quiso pegar al barbero que lo afeitaba porque el hombre por adular le dijo que tenía el cutis fino "¡Cuti fino yo. Cuti fino yo! le dijo gritando mientras se levantaba indignado y amenazante del asiento. Me contaron también que si al salir para la mar por la mañana, si se cruzaba con un cura se volvía a casa y no se embarcaba aquel día. Y que una vez aceptó hacer un transporte del muelle de Huelva a la otra banda del río Odiel ¡y por poco naufraga y se ahoga! porque lo que transportaba era una piara de cabras y estas se iban a la banda del barco que se inclinaba y claro se escoraba a punto de zozobrar.

De mi abuelo Tomás sé muy poco, pero tengo su vivísima imagen grabada en mi memoria. Cuando él murió yo tenía cinco años pero me acuerdo muy bien de él. Mi madre, un verdadero encanto, para estimularlo cuando el pobre estaba enfermo le decía: "Patrón, usted es perro chino ¿no? "¿¡Perro chino yo! ¡perro chino yo!?" Porque él era calzaillero. Los "perros chinos" eran del Molino de la Vega, (recibía ese barrio ese nombre porque por allí había molinos de marea) remontando un poco el río Odiel, y también pescadores ¡pero de esteros! que no es lo mismo, porque cuando la marea estaba alta y los esteros llenos de agua, y de peces, ponían una red en la desembocadura. Y al bajar la marea se vaciaba el estero y los peces quedaban atrapados en seco y aquellos pescadores de vía estrecha cobraban su infame recompensa. Mientras que los "calzailleros" vivían en la Calzadilla, próximos al puerto y eran marineros que se hacían a la mar en turnos de varios días y pescaban, por aquella época, con parejas. O sea que el arte lo arrastraban dos barcos de vela que tenían que coordinarse armoniosamente como se puede imaginar ¡nada que ver los calzailleros y los perros chinos!

Mi abuela materna, que se llamaba Dolores la conocí ampliamente, era gruesa y nada simpática. No es que fuera antipática, pero no era simpática. Me decían que siempre abrumada por la zozobra que le producía el peligroso oficio de su marido y luego por su enfermedad y por la incapacidad que le producía su vegez. No tengo ningún recuerdo llamativo de ella.

A mi abuelo materno, que se llamaba Luís no lo conocí, tan solo vi un retrato suyo, una foto de estudio en la que aparecía con porte distinguido. Era gaditano, pero no sé prácticamente nada más de él, y mucho menos de sus antepasados.

Mi abuela materna se llamaba Lola, en realidad Dolores, como la otra, pero la llamaban Lola. Era muy simpática. Siempre de negro, delgadita y ágil. Tengo pocas cosas que contar de ella y algo más de sus hermanas, algún día me ocuparé de ello. Sé que le gustaba tomar los alimentos muy calientes, ardiendo para otros gustos, yo he heredado esa afición. Por esa vía me puedo remontar a mi bisabuelo, su padre, y hasta un tatarabuelo mío, uno de sus abuelos, con lo que entramos de lleno en el siglo XIX. Más antiguo que eso ¡ni idea!

Ese bisabuelo mío era barbero, el Maestro Botón. Mote heredado de su padre que era malagueño y vestía levita. No sé qué clase de levita sería aquella que tenía muchos botones, de ahí el mote que le pusieron mis paisanos onubenses de la época. De su hijo el Maestro Botón sé muchas cosas que me contaba mi madre.

Creo que tenía la barbería a la espalda del actual ayuntamiento. Estaba ese local cuajado de jaulas con pájaros cantores, jilgueros y canarios, supongo. Y no sé si él mismo cantaba. Pero es seguro que tocaba la guitarra. Y es de suponer que en los ratos en que no tuviera que asistir a ningún cliente, afeitando, cortando el pelo o sacando alguna una muela, tocaría su guitarra. Es de suponer que en compañía de algún parroquiano y saboreando unos vasitos de fino.

¡Y eso es todo! Como puede verse un árbol muy poco frondoso.

Me ha venido esto a la cabeza porque hace poco estuve en un cumple de una amiga charlando sin parar con una dama encantadora. Cuanto al día siguiente llamé a mi amiga para darle las gracias por la invitación y decirle lo bien que lo había pasado hablando con esa amiga. Me dijo que era de noble familia y que su árbol genealógico se remontaba al siglo XIV o algo así y que antepasados suyos habían tenido relación con Maquiavelo. No iba de pegote, seguro que era cierto. Pues lo más probable es que lo enclenque de mi árbol genealógico, como en la mayoría de los casos, no será debido tanto al árbol en sí mismo como a que uno no tiene ni idea de las vicisitudes de los más remotos familiares.

Es lógico suponer que cada hijo de vecino tendría de saberlo un vigoroso árbol genealógico. Y las diferencia entre esos árboles desconocido y los nobles árboles no será tanto que estén cuajados de gloriosas hazañas, que también, como que los nobles descendientes nunca han dejado de llevar la cuenta del evolucionismo familiar.

Creo que les voy a pasar este post a mis nietos, con la recomendación de que cuiden debidamente su flora genealógica, y recaben, de sus abuelos, la correspondiente información, y que recomienden a sus hijos que hagan lo mismo. (Será cuando los tengan, porque hoy por hoy mis nietos tienen 12, 9, 4 y 1 años).

Pero claro ¡es que las cosas de palacio van tan despacio!




miércoles, 2 de noviembre de 2016

Protoautónomos.


RECICLAR Y HABLAR EN PROSA.

En mi infancia nadie hablaba de reciclar. Era un verbo totalmente desconocido, que seguramente aún no se habría inventado, porque no viene en el Diccionario de la Lengua Española de 1925 ni en el Nuevo Diccionario Ilustrado de la Lengua Española de la Enciclopedia Sopena de 1930. No obstante todo el mundo hablaba en prosa y reciclaba.

Había ajuares humildes entre los que destacaba las "latas gitanas" Eran tazas o jarritas que hacían artesanos gitanos con latas a las que soldaban asas, también de lata. Si las hacían alguien las compraría.

Recuerdo que en la puerta de mi casa, frente al Piojito ponía su puesto un afilador, otro día un latero. Más raramente un sillero y tan solo una vez vi a un lañador que también era latero.

Verlos currar me fascinaba y me quedaba embobado viendo como se las ingeniaban para hacer sus reparaciones. Y aprendí técnicas que he venido empleando a lo largo de mi vida. Mi nieto Nico, de once años, cuando está en casa sin nada que hacer, siempre me pregunta ¿arreglamos algo?

Los afiladores de la época, como los de hoy, anunciaban su llegada con los sonidos de flautas de Pan, pero no iban en moto, en bici o en furgoneta como últimamente, sino con esa rueda parecida a la de un carro, mediante la que desplazaban su industria y con la que, pasándole una correa que también pasaba por una pequeña rueda impulsaba el giro de la muela pisando repetidamente en una palanca con la que movía la pieza en forma de media luna que transformaba el movimiento de vaivén en circular. Y así afilaban cuchillos y tijeras. También tenían un cajoncito con tapa del que sacaban un pequeño martillo con el que remachaban el eje de las tijeras en un pequeño yunque.

Los lateros eran los más frecuentes. Soldaban cacharros de hierro, como cacerolas y ollas de hierro esmaltado a las que se les saltaba el esmalte a causa de los golpes y por ahí se iban. Tenían soldadores de gruesas cabezas de cobre, sujetas a un vástago de hierro y mango de madera, que calentaban en curiosos hogares portátiles, construidos con jarras de hierro esmaltado tuneadas, con larga asa de alambre. En ellas estaban las brasas de carbón vegetal. Usaban como decapante (la sustancia que posibilita el soldado) ácido que tenían en botecillos en los que metían trocitos de cinc. Y el estaño en varas de tamaño considerable, mucho más voluminosas que los ovillos que se usan actualmente. Además soldaban sartenes. Pero las damas de la época discurrieron un ingenioso procedimiento con el que se ahorraban el importe del arreglo. Consistía el truco en pillar el agujero con un broche de costura que luego remachaban, supongo que con el mortero de latón. Entonces no había estos sofisticados sartenes recubiertos de teflón, que con tanto donaire se tiran hoy en día a la basura cuando apenas si se agarran un poquito los huevos fritos.

La única actuación que presencié de un lañaor fue inolvidable. Entonces no había talados eléctricos. Sino curiosos artefactos, dibujado en la cabecera de esta post. Consistía este artilugio en un eje que en un extremo tenía un punzón de metal bastante duro. Por encima una bola hueca de metal que se habría agenciado del remate de una cama, que hacía de volante de inercia. El eje pasaba por un agujero que tenía un pequeño listón con un hilo grueso que pasaba por un agujero en el eje, en el extremo superior, que estaba atado a los extremos del listón. El funcionamiento era el siguiente: Giraba el eje con la mano y el hilo rodeaba el eje y el listón subía. Aplicaba el punzón al cacharro de barro que quería reparar. Impulsando hacia abajo el listón, el eje giraba, y cuando llegaba el listón a lo más bajo se empezaba a recoger el hilo en torno al eje en sentido contrario, movimiento que favorecía el operario elevando el listón. Y el punzón que giraba ahora en sentido contrario ¡seguía perforando! Cuando terminaba de enrollarse el hilo volvía a empujar y se repetía el proceso. Otro caso de transformación del movimiento recto de vaivén en circular. Luego hacía unas grapas con alambre, las colocaba en los agujeros y remataba la faena con un poco de cal que humedecía.

¿No es como para quedarse con la boca abierta?

Porque aquella época era de pocos recursos, pero de mucho ingenio. Ahora se compra todo, complicados mecanismos que es imposible fabricar por uno mismo. Entonces salía muchas veces del paso con cosas encontradas que apañaba uno. Por ejemplo los niños jugaban con tánganas, que es como en Huelva se llaman esos huesos de las rodillas de los corderos, de forma tan singular, que en otros sitios se conocen como tabas. y con otros huesos, en este caso vegetales, los de mayuelos, conocidos en otros lugares como albaricoques, prunos o duraznos. Ahora, en Navidad, están con el rollo de "ningún niño sin juguetes" ¡Pues que se los hagan! ¿o es que ya no se puede vivir sin un juguete que no tenga pilas?

Me diréis que qué miseria aquella.


Pues sí. Pero no en todo era peor aquella sociedad que esta, porque era muy activa y ahora la pasividad aturde y anula la iniciativa de la gente.


domingo, 23 de octubre de 2016

Los últimos centauros.


LA CHARNELA.

Una charnela es una bisagra. Esa palabra tan poco corriente se emplea para designar la recta que en geometría descriptiva comparten dos planos secantes, el de la realidad y el de la representación. Y pertenece a los dos. Y es bisagra porque por esa línea los planos giran juntándose o separándose.

¿A qué viene esto? Pues a que está el plano de la actualidad se corta en algún sitio con el de la antigüedad. De modo que quien haya estado presente en esa charnela ha vivido la antigüedad y la puede recordar como vivencia. Eso, en realidad, le ha pasado a todo el mundo, porque, por ejemplo ¿quién no ha vivido el nacimiento de una nueva era? como es el nacimiento de los teléfonos móviles inteligentes. Esos aparatos han marcado un antes y un después, un verdadero abismo en el comportamiento humano.

Pues bien, en la primera década de mi vida, al borde del Piojito viví una charnela significativa: la de los carros y los automóviles.

En el Museo de Bellas Artes de Amberes vi un cuadro, del que no recuerdo ni el título ni el autor, que representaba una familia disfrutando de una excursión campestre. Y estaban junto a un carro, del que destacaba la calabaza de la rueda y parte de esta se veía perfectamente, parte de los radios de madera y del aro de hierro ¿Qué tenía de particular? Solo que había sido pintado en el siglo XVI. Por lo demás era idéntico a los carros que veía en los 40 y parte de los 50.

En el cuartel que estaba frente al Paseo Piojito estaba en parque móvil de la Policía Armada, donde había algunos automóviles y muchas motos. Luego fui testigo del crecimiento del transporte motorizado y del decrecimiento del impulsado por animales, aunque este último era predominante en el periodo histórico al que me estoy refiriendo.

El caso es que el tiro de sangre predominaba claramente sobre el de carburantes. Y en esta época estaban en clara regresión los motores de vapor. En el muelle del puerto se veían pudrirse las enormes y oxidadas calderas que habían extraído de los barcos para sustituirlas por motores de de gasoil. Y en las carreteras podían verse apisonadoras de vapor, que curiosamente muy cerca de mi casa actual en Fuencarral hay una, a modo de gigantesco souvenir. En esta época el ferrocarril era exclusivamente de vapor. El de gasoil y el eléctrico tardaría mucho en llegar.

De todos los carros recuerdo como más llamativo el carro de la basura. Rematado por arriba por dos tablones hacia fuera, desprendía un olor terrible. Lo recuerdo parado delante de casa, enfilando la cuesta de la calle Velarde hacia el Paseo Chocolate. El caso es que los camiones de la basura actuales apenas hieden ¡y en aquellos carros el hedor era tremendo! Aquellas pestes indicaban que nos alimentábamos de cosas que habían estado vivas, sobre todo pescado, carne, verduras y frutas ¡Mientras que ahora ingerimos "piensos compuestos artificiales"! cuyos restos son incorruptos. Sobre todo envases de plástico, de aluminio, cristal, latas y papeles impresos. Tan impregnados de conservantes que los restos de comida apenas si se descomponen.

Los materiales para las obras los transportaban en carros tirados por mulos. Me sorprendía como meaban aquellas bestias. Caían salpicando caudalosos chorros de encendido azufre que impregnaban el ambiente de un caustico hedor.

A los muertos también los transportaban fantásticos carruajes tirados por caballos, tocados con negros penachos de plumas. El coche fúnebre esa impresionante. Negro como el azabache, con un tren de cuatro ruedas, mayores las posteriores, del que pendía, por cuatro poderosas correas el cuerpo de la carroza, en el interior, bajo negro baldaquino de madera yacía el féretro, que era negro para hombres, marrón para mujeres y blanco para niños (en tal caso era blanca y de menor tamaño la carroza). Delante de ese recinto y sobre la parte articulada del tren de ruedas , se elevaba el pescante, del que caían negros faldones entorchados, también en negro, donde estaba el cochero, ataviado con levita y tocado con elevado sombrero de copa, con negra escarapela con plisado penacho. Para el transporte funcional de la funeraria y para transportar fallecidos indigentes y suicidas se empleaba "la sopera" que era un vehículo de los que salen en la peli de los crímenes de la calle Morgue, con forma de caja de zapatos pero curvado en el extremo posterior-inferior de la diagonal que también pasa por el pescante. Como último apunte de este párrafo escatológico diré que el propietario de esta funeraria se llamaba Morales. Yo lo conocía y lo veía pasar desde mi casa por delante del Piojito. Y había oído decir que la gente lo evitaba, porque se creía que tenía la virtud de tallar a ojo.

En esta época no había taxis en Huelva, sino unos pocos automóviles particulares ¡auténticos fósiles mecánicos! y automóviles de alquiler, los "7 plazas", vehículos como los de las pelis de "Los Intocables", y el transporte que hoy es propio de los taxis lo hacían los coches de caballo. La cosa se prolongó, porque recuerdo haber cogido un coche de caballo para ir a casa cuando volvía en tren de Madrid, donde estudiaba en los primeros años 60. Recuerdo que íbamos al cementerio, cuando los Santos, y lo hacíamos en coche de caballo. A veces me dejaban ir en el pescante con el cochero ¡verdadera felicidad! El asiento principal del coche ocultaba la caja de herramientas y solía levantarlo cuando tenía ocasión ¡Y una vez, en el borde mismo, encontré una peseta! Me callé como un puta y zorramente me la gasté ¡Lo que dio de sí esa peseta! Era como "la peseta del Niño Dios que por más que la gastaba nunca se acabó". Con ella compré las chucherías de entonces: pipas, que no eran de girasol, sino de calabaza, regaliz, que llamábamos "citrato", polvos de algarroba con ligero sabor a chocolate, que venían en canutillos de cartoncillo envuelto en papel fino de colores, que había que tragar con cuidado porque aquellos polvos se pegaban a la garganta ¡y las pasaba uno un poco putas porque se asfixiaba! Naturalmente se terminaron todas las gordas y todas las chicas que me dieron como cambio de la primera adquisición. Pero aquella rubia duró lo suyo.

En otra ocasión hablaré de los vehículos a motor. Y ahora voy a terminar con estos recuerdos de carros y carretas. Primero con el inolvidable paseo de casi una manzana de largo que me di en el pequeño carro del panadero, tan limpio y blanquecino debido a la harina que lo empolvaba, por la calle La Paz donde vivían mis abuelos paternos.

Por último el paroxismo de la carretería: la procesión del Rocío. Con la carroza con el Simpecado  tirada por bueyes y todas las carretas, tiradas por mulos, engalanadas que me dejaban con la boca abierta, además de las carretas pululaban jinetes a caballo, con traje corto y sombreo cordobés, con sus parejas en la grupa con vistosos trajes de gitana, y amazonas, en menor número, montando a la jineta y con indumentaria parecida a la de los hombres y tocadas con sombrero calañés. Claro que en ese punto la historia se ralentiza, aunque del todo es imposible, porque por aquello de la vida muelle los carros tienen ruedas de goma, de menor diámetro por lo que se achaparran y pierden esbeltez. Ese es un rasgo más importante de lo que parece, porque con el confort perece la gallardía.

Y aquí dejo el tema de este arcaico modo de transporte ¡que no me lo ha contado nadie! sino que lo he visto con estos ojitos...




miércoles, 19 de octubre de 2016

Mayoría de edad.



EL CENTRO DE MI UNIVERSO.

Como dije en el post inicial de este blog, el Paseo Piojito era el centro de mi universo. De aquel lugar, y de aquel tiempo, conservo una imagen algo nebulosa pero muy clara. 

Desafortunadamente viajo poco a Huelva ¡es que no me organizo! Y la última vez que estuve en el Piojito lo encontré muy cambiado, y francamente peor. Delante de donde estaba mi casa, que ahora hay otra, está una escultura de mi amigo Carlos Evangelista ¡algo es algo! y en la terraza del bar que hay allí me comí unas habas enzapatás de Proust. Y aquel espacio me pareció desfigurado por las altas casa de la calle de atrás, la Ginés Martín, que antes eran más bajas y quedaban ocultas por los arbustos del jardín.

Como parque sería chico, pero lo recuerdo grande, poco menos que inabarcable. Y como mi casa estaba junto al extremo sur, pues yo me movía entre el sur y el ecuador de aquel edén.

Por aquella época, los cuarenta, los jardines no estaban como están ahora. No estaban tan cuidados, lo cual no quiere decir que aquel estuvieran descuidado. Aunque algo polvoriento, eso sí. En aquel jardín había dos cuidadores: el guarda y el jardinero. A este último le llamaban, le llamábamos, el Salmonete, porque era pelirrojo y lo recuerdo encajando los segmentos de la manguera con canutos de caña y tomando su ingesta, un pero, entonces no había manzanas sino peros y ahora creo que no hay peros. Iba cortando gajos de su fruta, que pelaba según los iba separando y antes de seguir con el siguiente se lo llevaba a la boca acercando peligrosamente la navaja a su nariz y a sus ojos. Del guarda del piojito no he retenido ninguna imagen en la memoria, aunque supongo que llevaría un ancho correaje a la bandolera con un gran óvalo de latón con la frase "Guarda Jurado". Y puede que fuera tocado por un sombrero de ala ancha. Lo que recuerdo es que lo chiquillos le cantábamos aquello de que

                                                  El guarda del Piojito
                                                  tiene manía,
                                                  le pega a los chiquillos
                                                  por tontería.

Recuerdo que un día, desde mi azotea le cantaba eso, con unos compinches. Y cuando bajamos nos recriminó dolido. Comprendí que los guardas tienen su corazoncito.

Rara vez iba más allá de la fuente, verdaderamente lujosa.

Esa fuente entre dos pilastra adosadas estaba rematada a dos agua. Un poco más abajo un adorno en forma de cuña y debajo una gran hornacina rematada por un arco peraltado, que contenía un gran jarrón de piedra con tapa y guirnalda, flanqueado por dos delfines que aparecen en los grandes jardines. Estos delfines son raros, desde el punto de vista zoológico, porque tienen escamas y son cabezones como los rapes, aunque mejor conformados Para mí son muy familiares porque los tengo en los toalleros del cuarto de baño. Los compré porque me recordaron a los del Piojito.

Tales figuras vertían agua sobre una bandeja de piedra que luego caía en una lámina de agua contenida por brocal rectangular con orejas. Y recuerdo el revoloteo sobre el agua de los "toreritos", es decir de las libélulas.

Uno de mis primeros recuerdos es de 1945, cuando unos jóvenes, una pareja, me preguntaron que qué edad tenía. Y dije: Pues no sé, voy a preguntar. De modo que subí a casa y pregunté a mi madre. Bajé y les dije: Cinco años.


En ese momento cifro "mi mayoría de edad". Un punto de inflexión, porque de ahí en adelante se desarrolla mi vida plenamente consciente. Y hacia atrás los difusos perfiles de mi infancia.


jueves, 13 de octubre de 2016

Regreso al pasado.


EL CENTRO DEL UNIVERSO.

El centro del universo no es algo objetivo. Depende. Para los antiguos fue Roma. También lo es hoy para los católicos. Para los musulmanes La Meca. Para los hinduistas, budistas, jainistas y otros creyentes orientales es Benarés. Para muchos modernos Los Estados Unidos. Durante siglos y hasta el XVIII España. Y ha habido muchos. Ergo el centro del universo cambia con la gente y con los tiempos. Para la primera década de mis tiempos, los cuarenta, el centro del universo era para mí el Paseo Piojito.

El Paseo Piojito está en Huelva. Al pie de un cabezo en cuya cumbre está el chalet llamado de Quinito Roquetas, donde estuvo un castillo, creo. Y a su vera la iglesia de San Pedro, que antes fue mezquita.

Es un pequeño jardín situado frente a un edificio muy grande, de ladrillo visto, hoy abandonado que fue cuartel de la Policía Armada. Y antes mercado de abastos, pero al no gozar del favor popular fracasó. Esto no lo he conocido, sino que me lo dijo mi madre, porque cuando yo vivía allí ya era cuartel.

También me informó mi madre de la etimología de tan curioso nombre. Se debía a que en ese jardín aguarda la pobre gente hambrienta el socorro alimenticio que le suministraban en el cuartel, en la época más cruda del hambre. Y era tan precario el estado en que se encontraban que estaban infestados de piojos

Yo nací en 1940 y viví algo más de 10 años en el nº 5 de la calle Velarde, que flanquea el jardín, que se veía perfectamente desde los balcones y desde la azotea de mi casa, por lo que fue un lugar de referencia en mi infancia.

Este blog será la crónica de las memorias de la primera década de mi vida. Y no es porque crea mis primeros recuerdos tengan interés para nadie, sino porque serán análogos a los de la gente de, más o menos, mi edad. Y puede que les guste despertarlos, como me ocurrió a mí cuando leí el libro que mi amiga Manola publicó en hermética autoedición que describe la ciudad de Zaragoza en la década comprendida entre 1945 y 1955.

Huelva y Zaragoza son ciudades muy diferentes, lejanas y con escasas comunicaciones entre ellas, pero lo que dice Manola en su libro que vio y vivió en Zaragoza se corresponde muy bien con lo que yo vi y viví en Huelva. Y son cosas que han pasado sin dejar rastro. O si lo dejaron las cosas sobrevenidas con posterioridad lo han borrado completamente.

La historia que contó mi amiga y la que voy a contar yo es una historia con minúsculas, pero puede que sea más verdadera que la "HISTORIA CON MAYÚSCULAS". Que suele ser más falsa que el alma de Judas. Compuesta por fantasías motivadas por intereses políticos circunstanciales. No es raro que sea una sarta de mentiras urdidas para amoldar el coco a la gente. Es evidente que si un hecho motiva historias contradictorias, como ocurre tan frecuentemente, tan solo una sería la verdadera. O a lo mejor ninguna.

Mientras que es "historia con minúsculas" la del libro de mi amiga y tiene muchas más garantías de ser verdadera, porque suele ser verdad lo que dice el autor, ya que lo ha vivido, lo ha sentido, lo ha visto o lo ha creído ver.

Estoy persuadido de que todo el mundo debería dar testimonio de lo visto y vivido para uso de sus congéneres y de sí mismo.

Por ello obro en consecuencia y pienso ir desgranando mis recuerdos en este blog.

¡Va por ustedes!