domingo, 23 de octubre de 2016

Los últimos centauros.


LA CHARNELA.

Una charnela es una bisagra. Esa palabra tan poco corriente se emplea para designar la recta que en geometría descriptiva comparten dos planos secantes, el de la realidad y el de la representación. Y pertenece a los dos. Y es bisagra porque por esa línea los planos giran juntándose o separándose.

¿A qué viene esto? Pues a que está el plano de la actualidad se corta en algún sitio con el de la antigüedad. De modo que quien haya estado presente en esa charnela ha vivido la antigüedad y la puede recordar como vivencia. Eso, en realidad, le ha pasado a todo el mundo, porque, por ejemplo ¿quién no ha vivido el nacimiento de una nueva era? como es el nacimiento de los teléfonos móviles inteligentes. Esos aparatos han marcado un antes y un después, un verdadero abismo en el comportamiento humano.

Pues bien, en la primera década de mi vida, al borde del Piojito viví una charnela significativa: la de los carros y los automóviles.

En el Museo de Bellas Artes de Amberes vi un cuadro, del que no recuerdo ni el título ni el autor, que representaba una familia disfrutando de una excursión campestre. Y estaban junto a un carro, del que destacaba la calabaza de la rueda y parte de esta se veía perfectamente, parte de los radios de madera y del aro de hierro ¿Qué tenía de particular? Solo que había sido pintado en el siglo XVI. Por lo demás era idéntico a los carros que veía en los 40 y parte de los 50.

En el cuartel que estaba frente al Paseo Piojito estaba en parque móvil de la Policía Armada, donde había algunos automóviles y muchas motos. Luego fui testigo del crecimiento del transporte motorizado y del decrecimiento del impulsado por animales, aunque este último era predominante en el periodo histórico al que me estoy refiriendo.

El caso es que el tiro de sangre predominaba claramente sobre el de carburantes. Y en esta época estaban en clara regresión los motores de vapor. En el muelle del puerto se veían pudrirse las enormes y oxidadas calderas que habían extraído de los barcos para sustituirlas por motores de de gasoil. Y en las carreteras podían verse apisonadoras de vapor, que curiosamente muy cerca de mi casa actual en Fuencarral hay una, a modo de gigantesco souvenir. En esta época el ferrocarril era exclusivamente de vapor. El de gasoil y el eléctrico tardaría mucho en llegar.

De todos los carros recuerdo como más llamativo el carro de la basura. Rematado por arriba por dos tablones hacia fuera, desprendía un olor terrible. Lo recuerdo parado delante de casa, enfilando la cuesta de la calle Velarde hacia el Paseo Chocolate. El caso es que los camiones de la basura actuales apenas hieden ¡y en aquellos carros el hedor era tremendo! Aquellas pestes indicaban que nos alimentábamos de cosas que habían estado vivas, sobre todo pescado, carne, verduras y frutas ¡Mientras que ahora ingerimos "piensos compuestos artificiales"! cuyos restos son incorruptos. Sobre todo envases de plástico, de aluminio, cristal, latas y papeles impresos. Tan impregnados de conservantes que los restos de comida apenas si se descomponen.

Los materiales para las obras los transportaban en carros tirados por mulos. Me sorprendía como meaban aquellas bestias. Caían salpicando caudalosos chorros de encendido azufre que impregnaban el ambiente de un caustico hedor.

A los muertos también los transportaban fantásticos carruajes tirados por caballos, tocados con negros penachos de plumas. El coche fúnebre esa impresionante. Negro como el azabache, con un tren de cuatro ruedas, mayores las posteriores, del que pendía, por cuatro poderosas correas el cuerpo de la carroza, en el interior, bajo negro baldaquino de madera yacía el féretro, que era negro para hombres, marrón para mujeres y blanco para niños (en tal caso era blanca y de menor tamaño la carroza). Delante de ese recinto y sobre la parte articulada del tren de ruedas , se elevaba el pescante, del que caían negros faldones entorchados, también en negro, donde estaba el cochero, ataviado con levita y tocado con elevado sombrero de copa, con negra escarapela con plisado penacho. Para el transporte funcional de la funeraria y para transportar fallecidos indigentes y suicidas se empleaba "la sopera" que era un vehículo de los que salen en la peli de los crímenes de la calle Morgue, con forma de caja de zapatos pero curvado en el extremo posterior-inferior de la diagonal que también pasa por el pescante. Como último apunte de este párrafo escatológico diré que el propietario de esta funeraria se llamaba Morales. Yo lo conocía y lo veía pasar desde mi casa por delante del Piojito. Y había oído decir que la gente lo evitaba, porque se creía que tenía la virtud de tallar a ojo.

En esta época no había taxis en Huelva, sino unos pocos automóviles particulares ¡auténticos fósiles mecánicos! y automóviles de alquiler, los "7 plazas", vehículos como los de las pelis de "Los Intocables", y el transporte que hoy es propio de los taxis lo hacían los coches de caballo. La cosa se prolongó, porque recuerdo haber cogido un coche de caballo para ir a casa cuando volvía en tren de Madrid, donde estudiaba en los primeros años 60. Recuerdo que íbamos al cementerio, cuando los Santos, y lo hacíamos en coche de caballo. A veces me dejaban ir en el pescante con el cochero ¡verdadera felicidad! El asiento principal del coche ocultaba la caja de herramientas y solía levantarlo cuando tenía ocasión ¡Y una vez, en el borde mismo, encontré una peseta! Me callé como un puta y zorramente me la gasté ¡Lo que dio de sí esa peseta! Era como "la peseta del Niño Dios que por más que la gastaba nunca se acabó". Con ella compré las chucherías de entonces: pipas, que no eran de girasol, sino de calabaza, regaliz, que llamábamos "citrato", polvos de algarroba con ligero sabor a chocolate, que venían en canutillos de cartoncillo envuelto en papel fino de colores, que había que tragar con cuidado porque aquellos polvos se pegaban a la garganta ¡y las pasaba uno un poco putas porque se asfixiaba! Naturalmente se terminaron todas las gordas y todas las chicas que me dieron como cambio de la primera adquisición. Pero aquella rubia duró lo suyo.

En otra ocasión hablaré de los vehículos a motor. Y ahora voy a terminar con estos recuerdos de carros y carretas. Primero con el inolvidable paseo de casi una manzana de largo que me di en el pequeño carro del panadero, tan limpio y blanquecino debido a la harina que lo empolvaba, por la calle La Paz donde vivían mis abuelos paternos.

Por último el paroxismo de la carretería: la procesión del Rocío. Con la carroza con el Simpecado  tirada por bueyes y todas las carretas, tiradas por mulos, engalanadas que me dejaban con la boca abierta, además de las carretas pululaban jinetes a caballo, con traje corto y sombreo cordobés, con sus parejas en la grupa con vistosos trajes de gitana, y amazonas, en menor número, montando a la jineta y con indumentaria parecida a la de los hombres y tocadas con sombrero calañés. Claro que en ese punto la historia se ralentiza, aunque del todo es imposible, porque por aquello de la vida muelle los carros tienen ruedas de goma, de menor diámetro por lo que se achaparran y pierden esbeltez. Ese es un rasgo más importante de lo que parece, porque con el confort perece la gallardía.

Y aquí dejo el tema de este arcaico modo de transporte ¡que no me lo ha contado nadie! sino que lo he visto con estos ojitos...




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