martes, 15 de noviembre de 2016

El ignoto pretérito.

MI ARBUSTO GENEALÓGICO.

Mis recuerdos infantiles salen hoy del Paseo Piojito para ir a las calles Paz y Puerto donde estaban las casas de mis abuelos paternos y maternos, respectivamente.

Y es que, como os contaré, se me ha puesto a tiro un tema, el de los árboles genealógicos, que parece patrimonio exclusivo de nobles e hidalgos, pero no debiera ser así. El tema tendría que democratizarse un poco y caer en la cuenta de que todo el mundo tiene genealogía. Y antepasados que realizarían hazañas. Claro que estas sería insignificantes, como las propias que nunca son muy allá. Por lo que recurriré a mi propio árbol genealógico como ejemplo y referente más cercano a examinar No voy a tirarme el moco con eso, como siempre de lo que se trata es de echar el rato. Se podría decir, con toda propiedad que lo mío es un arbusto genealógico.

No voy a ocupar de las ramas que están al alcance de la mano, tíos, primos y sobrinos, sino que voy a ir escalando a partir de mis abuelos. De mis cuatro abuelos hacia atrás tengo pocas noticias.

De mi abuelo paterno, Tomás, por él me pusieron mi nombre, sé poco. Era marinero y recuerdo que en una percha cerca de la puerta de entrada de su casa colgaban dos gorras de plato, no militares sino civiles, igualitas a las que se ven que lleva Lenin en las fotos. (Es que debieron ser contemporáneos). Lo que conocí anciano y disminuido por un ictus, se decía una congestión. Tan solo sé que era huérfano y que a él y a sus hermanos los recogieron unos tíos y eso les salvo, y a mí supongo.

De la estirpe de esos tíos conocí a unos pocos descendientes. Por esa rama y en el plano de mis bisabuelos no tengo noticia alguna. Algunas leves noticias de un hermano de mi abuelo Tomás, el tío Teté que un día le quiso pegar al barbero que lo afeitaba porque el hombre por adular le dijo que tenía el cutis fino "¡Cuti fino yo. Cuti fino yo! le dijo gritando mientras se levantaba indignado y amenazante del asiento. Me contaron también que si al salir para la mar por la mañana, si se cruzaba con un cura se volvía a casa y no se embarcaba aquel día. Y que una vez aceptó hacer un transporte del muelle de Huelva a la otra banda del río Odiel ¡y por poco naufraga y se ahoga! porque lo que transportaba era una piara de cabras y estas se iban a la banda del barco que se inclinaba y claro se escoraba a punto de zozobrar.

De mi abuelo Tomás sé muy poco, pero tengo su vivísima imagen grabada en mi memoria. Cuando él murió yo tenía cinco años pero me acuerdo muy bien de él. Mi madre, un verdadero encanto, para estimularlo cuando el pobre estaba enfermo le decía: "Patrón, usted es perro chino ¿no? "¿¡Perro chino yo! ¡perro chino yo!?" Porque él era calzaillero. Los "perros chinos" eran del Molino de la Vega, (recibía ese barrio ese nombre porque por allí había molinos de marea) remontando un poco el río Odiel, y también pescadores ¡pero de esteros! que no es lo mismo, porque cuando la marea estaba alta y los esteros llenos de agua, y de peces, ponían una red en la desembocadura. Y al bajar la marea se vaciaba el estero y los peces quedaban atrapados en seco y aquellos pescadores de vía estrecha cobraban su infame recompensa. Mientras que los "calzailleros" vivían en la Calzadilla, próximos al puerto y eran marineros que se hacían a la mar en turnos de varios días y pescaban, por aquella época, con parejas. O sea que el arte lo arrastraban dos barcos de vela que tenían que coordinarse armoniosamente como se puede imaginar ¡nada que ver los calzailleros y los perros chinos!

Mi abuela materna, que se llamaba Dolores la conocí ampliamente, era gruesa y nada simpática. No es que fuera antipática, pero no era simpática. Me decían que siempre abrumada por la zozobra que le producía el peligroso oficio de su marido y luego por su enfermedad y por la incapacidad que le producía su vegez. No tengo ningún recuerdo llamativo de ella.

A mi abuelo materno, que se llamaba Luís no lo conocí, tan solo vi un retrato suyo, una foto de estudio en la que aparecía con porte distinguido. Era gaditano, pero no sé prácticamente nada más de él, y mucho menos de sus antepasados.

Mi abuela materna se llamaba Lola, en realidad Dolores, como la otra, pero la llamaban Lola. Era muy simpática. Siempre de negro, delgadita y ágil. Tengo pocas cosas que contar de ella y algo más de sus hermanas, algún día me ocuparé de ello. Sé que le gustaba tomar los alimentos muy calientes, ardiendo para otros gustos, yo he heredado esa afición. Por esa vía me puedo remontar a mi bisabuelo, su padre, y hasta un tatarabuelo mío, uno de sus abuelos, con lo que entramos de lleno en el siglo XIX. Más antiguo que eso ¡ni idea!

Ese bisabuelo mío era barbero, el Maestro Botón. Mote heredado de su padre que era malagueño y vestía levita. No sé qué clase de levita sería aquella que tenía muchos botones, de ahí el mote que le pusieron mis paisanos onubenses de la época. De su hijo el Maestro Botón sé muchas cosas que me contaba mi madre.

Creo que tenía la barbería a la espalda del actual ayuntamiento. Estaba ese local cuajado de jaulas con pájaros cantores, jilgueros y canarios, supongo. Y no sé si él mismo cantaba. Pero es seguro que tocaba la guitarra. Y es de suponer que en los ratos en que no tuviera que asistir a ningún cliente, afeitando, cortando el pelo o sacando alguna una muela, tocaría su guitarra. Es de suponer que en compañía de algún parroquiano y saboreando unos vasitos de fino.

¡Y eso es todo! Como puede verse un árbol muy poco frondoso.

Me ha venido esto a la cabeza porque hace poco estuve en un cumple de una amiga charlando sin parar con una dama encantadora. Cuanto al día siguiente llamé a mi amiga para darle las gracias por la invitación y decirle lo bien que lo había pasado hablando con esa amiga. Me dijo que era de noble familia y que su árbol genealógico se remontaba al siglo XIV o algo así y que antepasados suyos habían tenido relación con Maquiavelo. No iba de pegote, seguro que era cierto. Pues lo más probable es que lo enclenque de mi árbol genealógico, como en la mayoría de los casos, no será debido tanto al árbol en sí mismo como a que uno no tiene ni idea de las vicisitudes de los más remotos familiares.

Es lógico suponer que cada hijo de vecino tendría de saberlo un vigoroso árbol genealógico. Y las diferencia entre esos árboles desconocido y los nobles árboles no será tanto que estén cuajados de gloriosas hazañas, que también, como que los nobles descendientes nunca han dejado de llevar la cuenta del evolucionismo familiar.

Creo que les voy a pasar este post a mis nietos, con la recomendación de que cuiden debidamente su flora genealógica, y recaben, de sus abuelos, la correspondiente información, y que recomienden a sus hijos que hagan lo mismo. (Será cuando los tengan, porque hoy por hoy mis nietos tienen 12, 9, 4 y 1 años).

Pero claro ¡es que las cosas de palacio van tan despacio!




miércoles, 2 de noviembre de 2016

Protoautónomos.


RECICLAR Y HABLAR EN PROSA.

En mi infancia nadie hablaba de reciclar. Era un verbo totalmente desconocido, que seguramente aún no se habría inventado, porque no viene en el Diccionario de la Lengua Española de 1925 ni en el Nuevo Diccionario Ilustrado de la Lengua Española de la Enciclopedia Sopena de 1930. No obstante todo el mundo hablaba en prosa y reciclaba.

Había ajuares humildes entre los que destacaba las "latas gitanas" Eran tazas o jarritas que hacían artesanos gitanos con latas a las que soldaban asas, también de lata. Si las hacían alguien las compraría.

Recuerdo que en la puerta de mi casa, frente al Piojito ponía su puesto un afilador, otro día un latero. Más raramente un sillero y tan solo una vez vi a un lañador que también era latero.

Verlos currar me fascinaba y me quedaba embobado viendo como se las ingeniaban para hacer sus reparaciones. Y aprendí técnicas que he venido empleando a lo largo de mi vida. Mi nieto Nico, de once años, cuando está en casa sin nada que hacer, siempre me pregunta ¿arreglamos algo?

Los afiladores de la época, como los de hoy, anunciaban su llegada con los sonidos de flautas de Pan, pero no iban en moto, en bici o en furgoneta como últimamente, sino con esa rueda parecida a la de un carro, mediante la que desplazaban su industria y con la que, pasándole una correa que también pasaba por una pequeña rueda impulsaba el giro de la muela pisando repetidamente en una palanca con la que movía la pieza en forma de media luna que transformaba el movimiento de vaivén en circular. Y así afilaban cuchillos y tijeras. También tenían un cajoncito con tapa del que sacaban un pequeño martillo con el que remachaban el eje de las tijeras en un pequeño yunque.

Los lateros eran los más frecuentes. Soldaban cacharros de hierro, como cacerolas y ollas de hierro esmaltado a las que se les saltaba el esmalte a causa de los golpes y por ahí se iban. Tenían soldadores de gruesas cabezas de cobre, sujetas a un vástago de hierro y mango de madera, que calentaban en curiosos hogares portátiles, construidos con jarras de hierro esmaltado tuneadas, con larga asa de alambre. En ellas estaban las brasas de carbón vegetal. Usaban como decapante (la sustancia que posibilita el soldado) ácido que tenían en botecillos en los que metían trocitos de cinc. Y el estaño en varas de tamaño considerable, mucho más voluminosas que los ovillos que se usan actualmente. Además soldaban sartenes. Pero las damas de la época discurrieron un ingenioso procedimiento con el que se ahorraban el importe del arreglo. Consistía el truco en pillar el agujero con un broche de costura que luego remachaban, supongo que con el mortero de latón. Entonces no había estos sofisticados sartenes recubiertos de teflón, que con tanto donaire se tiran hoy en día a la basura cuando apenas si se agarran un poquito los huevos fritos.

La única actuación que presencié de un lañaor fue inolvidable. Entonces no había talados eléctricos. Sino curiosos artefactos, dibujado en la cabecera de esta post. Consistía este artilugio en un eje que en un extremo tenía un punzón de metal bastante duro. Por encima una bola hueca de metal que se habría agenciado del remate de una cama, que hacía de volante de inercia. El eje pasaba por un agujero que tenía un pequeño listón con un hilo grueso que pasaba por un agujero en el eje, en el extremo superior, que estaba atado a los extremos del listón. El funcionamiento era el siguiente: Giraba el eje con la mano y el hilo rodeaba el eje y el listón subía. Aplicaba el punzón al cacharro de barro que quería reparar. Impulsando hacia abajo el listón, el eje giraba, y cuando llegaba el listón a lo más bajo se empezaba a recoger el hilo en torno al eje en sentido contrario, movimiento que favorecía el operario elevando el listón. Y el punzón que giraba ahora en sentido contrario ¡seguía perforando! Cuando terminaba de enrollarse el hilo volvía a empujar y se repetía el proceso. Otro caso de transformación del movimiento recto de vaivén en circular. Luego hacía unas grapas con alambre, las colocaba en los agujeros y remataba la faena con un poco de cal que humedecía.

¿No es como para quedarse con la boca abierta?

Porque aquella época era de pocos recursos, pero de mucho ingenio. Ahora se compra todo, complicados mecanismos que es imposible fabricar por uno mismo. Entonces salía muchas veces del paso con cosas encontradas que apañaba uno. Por ejemplo los niños jugaban con tánganas, que es como en Huelva se llaman esos huesos de las rodillas de los corderos, de forma tan singular, que en otros sitios se conocen como tabas. y con otros huesos, en este caso vegetales, los de mayuelos, conocidos en otros lugares como albaricoques, prunos o duraznos. Ahora, en Navidad, están con el rollo de "ningún niño sin juguetes" ¡Pues que se los hagan! ¿o es que ya no se puede vivir sin un juguete que no tenga pilas?

Me diréis que qué miseria aquella.


Pues sí. Pero no en todo era peor aquella sociedad que esta, porque era muy activa y ahora la pasividad aturde y anula la iniciativa de la gente.