miércoles, 19 de octubre de 2016

Mayoría de edad.



EL CENTRO DE MI UNIVERSO.

Como dije en el post inicial de este blog, el Paseo Piojito era el centro de mi universo. De aquel lugar, y de aquel tiempo, conservo una imagen algo nebulosa pero muy clara. 

Desafortunadamente viajo poco a Huelva ¡es que no me organizo! Y la última vez que estuve en el Piojito lo encontré muy cambiado, y francamente peor. Delante de donde estaba mi casa, que ahora hay otra, está una escultura de mi amigo Carlos Evangelista ¡algo es algo! y en la terraza del bar que hay allí me comí unas habas enzapatás de Proust. Y aquel espacio me pareció desfigurado por las altas casa de la calle de atrás, la Ginés Martín, que antes eran más bajas y quedaban ocultas por los arbustos del jardín.

Como parque sería chico, pero lo recuerdo grande, poco menos que inabarcable. Y como mi casa estaba junto al extremo sur, pues yo me movía entre el sur y el ecuador de aquel edén.

Por aquella época, los cuarenta, los jardines no estaban como están ahora. No estaban tan cuidados, lo cual no quiere decir que aquel estuvieran descuidado. Aunque algo polvoriento, eso sí. En aquel jardín había dos cuidadores: el guarda y el jardinero. A este último le llamaban, le llamábamos, el Salmonete, porque era pelirrojo y lo recuerdo encajando los segmentos de la manguera con canutos de caña y tomando su ingesta, un pero, entonces no había manzanas sino peros y ahora creo que no hay peros. Iba cortando gajos de su fruta, que pelaba según los iba separando y antes de seguir con el siguiente se lo llevaba a la boca acercando peligrosamente la navaja a su nariz y a sus ojos. Del guarda del piojito no he retenido ninguna imagen en la memoria, aunque supongo que llevaría un ancho correaje a la bandolera con un gran óvalo de latón con la frase "Guarda Jurado". Y puede que fuera tocado por un sombrero de ala ancha. Lo que recuerdo es que lo chiquillos le cantábamos aquello de que

                                                  El guarda del Piojito
                                                  tiene manía,
                                                  le pega a los chiquillos
                                                  por tontería.

Recuerdo que un día, desde mi azotea le cantaba eso, con unos compinches. Y cuando bajamos nos recriminó dolido. Comprendí que los guardas tienen su corazoncito.

Rara vez iba más allá de la fuente, verdaderamente lujosa.

Esa fuente entre dos pilastra adosadas estaba rematada a dos agua. Un poco más abajo un adorno en forma de cuña y debajo una gran hornacina rematada por un arco peraltado, que contenía un gran jarrón de piedra con tapa y guirnalda, flanqueado por dos delfines que aparecen en los grandes jardines. Estos delfines son raros, desde el punto de vista zoológico, porque tienen escamas y son cabezones como los rapes, aunque mejor conformados Para mí son muy familiares porque los tengo en los toalleros del cuarto de baño. Los compré porque me recordaron a los del Piojito.

Tales figuras vertían agua sobre una bandeja de piedra que luego caía en una lámina de agua contenida por brocal rectangular con orejas. Y recuerdo el revoloteo sobre el agua de los "toreritos", es decir de las libélulas.

Uno de mis primeros recuerdos es de 1945, cuando unos jóvenes, una pareja, me preguntaron que qué edad tenía. Y dije: Pues no sé, voy a preguntar. De modo que subí a casa y pregunté a mi madre. Bajé y les dije: Cinco años.


En ese momento cifro "mi mayoría de edad". Un punto de inflexión, porque de ahí en adelante se desarrolla mi vida plenamente consciente. Y hacia atrás los difusos perfiles de mi infancia.


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