miércoles, 2 de noviembre de 2016

Protoautónomos.


RECICLAR Y HABLAR EN PROSA.

En mi infancia nadie hablaba de reciclar. Era un verbo totalmente desconocido, que seguramente aún no se habría inventado, porque no viene en el Diccionario de la Lengua Española de 1925 ni en el Nuevo Diccionario Ilustrado de la Lengua Española de la Enciclopedia Sopena de 1930. No obstante todo el mundo hablaba en prosa y reciclaba.

Había ajuares humildes entre los que destacaba las "latas gitanas" Eran tazas o jarritas que hacían artesanos gitanos con latas a las que soldaban asas, también de lata. Si las hacían alguien las compraría.

Recuerdo que en la puerta de mi casa, frente al Piojito ponía su puesto un afilador, otro día un latero. Más raramente un sillero y tan solo una vez vi a un lañador que también era latero.

Verlos currar me fascinaba y me quedaba embobado viendo como se las ingeniaban para hacer sus reparaciones. Y aprendí técnicas que he venido empleando a lo largo de mi vida. Mi nieto Nico, de once años, cuando está en casa sin nada que hacer, siempre me pregunta ¿arreglamos algo?

Los afiladores de la época, como los de hoy, anunciaban su llegada con los sonidos de flautas de Pan, pero no iban en moto, en bici o en furgoneta como últimamente, sino con esa rueda parecida a la de un carro, mediante la que desplazaban su industria y con la que, pasándole una correa que también pasaba por una pequeña rueda impulsaba el giro de la muela pisando repetidamente en una palanca con la que movía la pieza en forma de media luna que transformaba el movimiento de vaivén en circular. Y así afilaban cuchillos y tijeras. También tenían un cajoncito con tapa del que sacaban un pequeño martillo con el que remachaban el eje de las tijeras en un pequeño yunque.

Los lateros eran los más frecuentes. Soldaban cacharros de hierro, como cacerolas y ollas de hierro esmaltado a las que se les saltaba el esmalte a causa de los golpes y por ahí se iban. Tenían soldadores de gruesas cabezas de cobre, sujetas a un vástago de hierro y mango de madera, que calentaban en curiosos hogares portátiles, construidos con jarras de hierro esmaltado tuneadas, con larga asa de alambre. En ellas estaban las brasas de carbón vegetal. Usaban como decapante (la sustancia que posibilita el soldado) ácido que tenían en botecillos en los que metían trocitos de cinc. Y el estaño en varas de tamaño considerable, mucho más voluminosas que los ovillos que se usan actualmente. Además soldaban sartenes. Pero las damas de la época discurrieron un ingenioso procedimiento con el que se ahorraban el importe del arreglo. Consistía el truco en pillar el agujero con un broche de costura que luego remachaban, supongo que con el mortero de latón. Entonces no había estos sofisticados sartenes recubiertos de teflón, que con tanto donaire se tiran hoy en día a la basura cuando apenas si se agarran un poquito los huevos fritos.

La única actuación que presencié de un lañaor fue inolvidable. Entonces no había talados eléctricos. Sino curiosos artefactos, dibujado en la cabecera de esta post. Consistía este artilugio en un eje que en un extremo tenía un punzón de metal bastante duro. Por encima una bola hueca de metal que se habría agenciado del remate de una cama, que hacía de volante de inercia. El eje pasaba por un agujero que tenía un pequeño listón con un hilo grueso que pasaba por un agujero en el eje, en el extremo superior, que estaba atado a los extremos del listón. El funcionamiento era el siguiente: Giraba el eje con la mano y el hilo rodeaba el eje y el listón subía. Aplicaba el punzón al cacharro de barro que quería reparar. Impulsando hacia abajo el listón, el eje giraba, y cuando llegaba el listón a lo más bajo se empezaba a recoger el hilo en torno al eje en sentido contrario, movimiento que favorecía el operario elevando el listón. Y el punzón que giraba ahora en sentido contrario ¡seguía perforando! Cuando terminaba de enrollarse el hilo volvía a empujar y se repetía el proceso. Otro caso de transformación del movimiento recto de vaivén en circular. Luego hacía unas grapas con alambre, las colocaba en los agujeros y remataba la faena con un poco de cal que humedecía.

¿No es como para quedarse con la boca abierta?

Porque aquella época era de pocos recursos, pero de mucho ingenio. Ahora se compra todo, complicados mecanismos que es imposible fabricar por uno mismo. Entonces salía muchas veces del paso con cosas encontradas que apañaba uno. Por ejemplo los niños jugaban con tánganas, que es como en Huelva se llaman esos huesos de las rodillas de los corderos, de forma tan singular, que en otros sitios se conocen como tabas. y con otros huesos, en este caso vegetales, los de mayuelos, conocidos en otros lugares como albaricoques, prunos o duraznos. Ahora, en Navidad, están con el rollo de "ningún niño sin juguetes" ¡Pues que se los hagan! ¿o es que ya no se puede vivir sin un juguete que no tenga pilas?

Me diréis que qué miseria aquella.


Pues sí. Pero no en todo era peor aquella sociedad que esta, porque era muy activa y ahora la pasividad aturde y anula la iniciativa de la gente.


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